Un
joven, que deseaba avanzar en su vida espiritual, se propuso buscar
al maestro más sabio, que le ayudara en su progreso.
Recorrió
pueblos y ciudades, desiertos y junglas, valles y montañas, hasta
que por fin, le hablaron de un anciano eremita, que vivía de forma
muy humilde, en la cima de una montaña, y fue a ver al sabio, para
que lo instruyera en su liberación.
Subiendo
el escarpado camino, hacia su cabaña, se encontró con el ermitaño
que bajaba, y sin mediar palabra, éste lo miró a los ojos, y le dio
una pequeña y antigua llave que llevaba colgada del cuello, luego
prosiguió su camino, y el joven, con ese gesto, sintió como en un
instante, toda una eternidad de paz y amor penetrara en su corazón,
que le hizo comprender que tenía que despojarse de todas las
ataduras de la mente, que no le dejaban avanzar.
La
llave representaba la liberación del eremita y de sus pocas
ataduras, y traspasándola, invitaba al joven a hacer lo mismo,
porque cuando una persona se empieza a liberar de las cosas que le
atan, termina despojándose de la carga innecesaria que lleva en el
corazón: el odio, la codicia, el ego, la ira, que hay que dejar
salir para que entre: el amor, la paz, la serenidad...
Moraleja:
La vida es un eterno dejar ir, solamente con las manos vacías se
puede agarrar algo nuevo (anónimo).